El coronel en el Ritz

La anécdota es real, me la contó mi padre, además creo haberla leído en alguna parte: James Stewart visita España para promocionar una película, años cincuenta, sesenta, setenta, no sé, franquismo; James Stewart pretende alojarse en el hotel Ritz, Plaza de la Lealtad, número cinco. En recepción le dicen que los artistas (los actores) no pueden pernoctar en el hotel (cosas del franquismo). James Stewart se estira el traje, se aprieta el nudo de la corbata, golpea un tacón con otro y dice: no soy actor, soy coronel del ejército de los Estados Unidos, vengo en calidad de militar. Detrás del mostrador de recepción todos se miran, hay algo parecido al desconcierto, nadie es capaz de negarle, a un coronel que ha ganado la segunda guerra mundial, una habitación. Aquí tiene, coronel, dice al final el recepcionista entregándole la llave.

Franco en la nevera

La fundación Francisco Franco va a querellarse con el artista Eugenio Merino por una obra que este último ha presentado en ARCO y que se titula Always Franco. La escultura representa al general dentro de un refrigerador de Coca-cola. De todas las perlas que ha dicho el vicepresidente de la fundación me quedo con esta: «¿Cómo se sentiría usted si ofendieran a su familia o a quien usted considera el valedor de sus valores y principios?». Aunque esta tampoco tiene desperdicio: «La obra genera odio y enfrentamiento… De Franco se puede opinar lo que se quiera pero no cabe el escarnio contra la dignidad de las personas».

Lo que nos sorprende no es la demanda o la amenaza de demanda, nos sorprende que exista en España una fundación auspiciada bajo el nombre del general. Me pregunto si existe en Alemania una fundación Adolf Hitler o en Rusia una fundación Iósif Stalin. Tranquilos: ya se que Franco no asesinó a veinte millones de rusos ni a cinco millones y medio de judíos. A Franco no le podemos acusar de nada, no sea que Varela nos impute por prevaricación.

El marqués de Sade y Arrabal estuvieron en la cárcel por escribir textos que atentaban contra la dignidad de las personas (o algo parecido). Desde un punto de vista estricto, más de la mitad de los creadores de todo el mundo deberían estar en la cárcel. Yo metería en la cárcel a Alberto Olmos por decir que la solidaridad ha fracasado: genera odio; o metería en la cárcel a Nabokov por pintar niñas lúbricas en libros descomunales (Nabokov está muerto y el delito ha prescrito).

Siempre ha sido mucho más fácil meter en la cárcel a un cuerpo antes que a una forma de pensar, o a una idea, lo cual demuestra que Foucault tenía razón cuando afirmaba que la cárcel, en las sociedades modernas, trata de castigar el alma y no el cuerpo. En realidad la fundación Francisco Franco no busca encarcelar a Eugenio Merino, busca eliminar la ofensa, tratar de borrarla. Lo siento por la fundación, cualquier ofensa es indeleble, no se puede resarcir, Franco ya está por siempre en la nevera, hagan lo que hagan los abogados.

Afortunadamente las ideas andan siempre por delante de los cuerpos y no se rigen por principios morales, responden a un flujo secreto. La diferencia que hay entre asesinar a alguien y pensar que se le asesina radica en lo que sucede después. Cuando matamos a alguien no podemos dormir; cuando estrangulamos a nuestro jefe en la duermevela dormimos a pierna suelta. Esculpir una escultura, escribir una novela o filmar una película, son actos que escenifican pulsiones íntimas. Sirven de catalizador y el hombre prehistórico ya pintaba bisontes para matar su propio anhelo.

Nos sorprende la normalidad con la que el fantasma de Franco se desliza por entre la vida cotidiana. Nos venden a Franco como si hubiera sido un tipo entrañable, meterse con él es como meterse con aquel abuelo silencioso y serio que observaba la vida bajo la sombra de su boina (debajo de tanta seriedad solo había un secreto: timidez). Debajo de la normalidad con la que debemos aceptar nuestro pasado solo cabe una lectura: la sospecha.

Mi deseo es que la fundación Francisco Franco lea este artículo, venga a mi casa a fotografiarme en bata mientras escribo esto, y luego me ponga una querella por atentar contra la dignidad de las personas.

¿Quién genera más odio y enfrentamiento, la memoria de Franco o la escultura de Eugenio Merino?

Reforma laboral

Gracias al dinero los medios de producción no están en manos de quien fabrica, manipula, o inventa la mercancía. Los medios de producción no pertenecen a quien los manosea, pertenecen a quien los paga.

Si yo fuera capaz de pagar la cantidad de dinero que cuesta mi empresa no trabajaría en ella. Esto demuestra que debemos aprender a vivir en la frustración: nunca tendré tanto dinero como para comprar la empresa en la que trabajo, siquiera una participación.

Todos queremos ser millonarios, pero no hay tanto dinero como para que todos vayamos a Sotheby’s a comprar un original de Lucien Freud; no se puede gobernar para la mayoría porque la mayoría puede hundir el sistema. Es preferible gobernar para quien mas dinero tenga. La garantía del sistema es la siguiente: siempre hay alguien que tiene más dinero que tú; también consiste en hacernos creer que podremos llegar a tener más dinero que nuestro vecino. Mientras corremos para alcanzar el siguiente euro, no nos hacemos preguntas acerca de la validez del sistema y de su naturaleza.

Como ya hemos dejado dicho en otro post (aquí) todo queda reducido a dos términos opuestos que se anulan y se alimentan para poder vivir el uno del otro (el uno con el otro). Para la derecha el empresario es la solución y para la izquierda el empresario es el problema. Entre la izquierda y la derecha vamos vadeando, los que aspiramos a ser algún día millonarios, cada nueva reforma laboral.

Para fomentar la contratación el Gobierno ha decidido (entre otras medidas) abaratar el despido. Entiendo que rebajar de 45 a 20, los días de indemnización por año trabajado, es una medida que facilita el despido y no la contratación, es decir: ahorra dinero al empresario. Entiendo que el partido popular considera al empresario como a un tipo honesto, un humanista que crea empresas para que los demás podamos tener comodidades parecidas a las suyas. En ningún caso se cuestiona si esas comodidades son o no la temperatura de lo que conocemos por estado del bienestar, o si el empresario es, al fin y al cabo, un tipo como tú y como yo, que lo que quiere es ganar dinero, y si puede, de paso, divertirse. Exacto, nos falta un poco de diversión.

Ver al empresario como un tipo huraño y egoísta es una imagen que nos debería resultar caduca, decimonónica y dickensiana; verlo como un samaritano también nos resulta ridículo. En España, la mecánica derecha-izquierda empieza a pasar factura histórica: nos aburre la historia. El empresario en España está fuera del yin y el yang, y solo quiere ser su propio jefe y contratar a los colegas para que el trabajo sea lo más parecido a un sábado por la tarde. Pero el aburrimiento sigue siendo pagar las facturas y al final el dinero se lleva por delante todas las adolescencias. Estamos ante una generación que va para los cuarenta y no quiere crecer, no quiere ensuciarse la mirada sabiendo dónde van a parar sus buenas intenciones.

El partido popular entiende que flexibilizar el mercado laboral es hacerlo más asequible a los bolsillos del empresario; si el empresario ve aumentar su capital contratará con mayor libertad (imagino que este es el silogismo a seguir). Perdonen pero no lo entiendo; si yo tengo una empresa contrataré en la medida de lo que mi negocio demande. Si mi negocio no demanda un mayor empleo no contrataré (independientemente de los beneficios que obtenga); por el contrario, si mi carga de trabajo es tal que preciso de un nuevo asalariado, acudiré al mercado de los desempleados para cubrir la demanda (huelga decir que, si el negocio funciona, no tendré problemas de liquidez para contratar). Pero no estamos pues ante un problema de solvencia del empresariado. El empresariado es el que menos ayuda necesita. Si, yo también tengo un primo que tiene una mercería y le va fatal, no me estoy refiriendo a esos empresarios.

El problema en España, después de cien años, sigue siendo el modelo de negocio. Quizá si pensáramos de otra forma podríamos crear puestos de trabajo diferentes. Quizá debamos empezar a correr riesgos que no tengan que ver con el concepto económico de riesgo. Quizá todos los empresarios deberían redefinir el significado de la palabra emprendedor.

Separación de poderes

Montesquieu estableció hace trescientos años los cimientos de lo que hoy conocemos como Estado de derecho; una de sus bases consiste en la separación de poderes. Los poderes han de ser tres: legislativo, ejecutivo y judicial. La separación de poderes garantiza la independencia de los mismos y asegura la no injerencia de unos en otros. Todas las democracias actuales se articulan mediante esta separación.

Entiendo que todo el mundo entiende de qué hablo cuando hablo de separación de poderes. Está clarísimo, quizá sea incluso insultante empezar este post con semejante obviedad.

Tres poderes: uno redacta leyes, otro las lleva a cabo, y un tercero se encarga de interpretar la ley y hacerla cumplir. Si bien es cierto que las fronteras entre el ejecutivo y el legislativo a veces se difuminan y no quedan claras, el poder judicial es muy fácil de identificar: se trata de unos tipos que llevan toga. Son abogados. Dicen lo que está bien y  lo que está mal; condenan o absuelven.

La justicia española se articula, a grandes rasgos, mediante la siguiente pirámide (desde la cúspide a la base): Tribunal Supremo, Audiencia Nacional, Tribunales Superiores, Audiencias Provinciales, y Juzgados de primera instancia. El Tribunal Constitucional, aunque queda fuera de esta jerarquía, tiene poder para anular resoluciones del máximo representante de la justicia española, es decir, del Tribunal Supremo. Digamos que entre ambos tribunales no cabe la subordinación pero si la diferencia de competencias: cada uno se dedica a sus asuntos.

Existe un órgano de Gobierno que trata de defender la independencia de la justicia frente a los otros dos poderes. Este órgano, en España, recibe el nombre de Consejo General del poder judicial.

El Consejo General del poder judicial está formado por veinte miembros. Los veinte miembros los elige el Parlamento por mayoría de tres quintos. En el parlamento español 3/5 son 210 diputados; actualmente, 186 de las bancadas del parlamento están ocupadas por miembros del PP: solo faltarían otros 24 para llegar a los 210.

Los veinte miembros que elegirán diputados y senadores han de pasar primero una criba: según la Ley Orgánica 2/2001 las asociaciones profesionales de Jueces o agrupaciones con representatividad, al menos del 2% del censo de jueces en activo, han de elegir y posteriormente proponer al Parlamento una lista de 36 candidatos, de los cuales el Congreso elegirá a seis y el Senado otros seis. Los ocho restantes serán designados por cada una de las cámaras siguiendo el mismo principio de una mayoría de 3/5.

Los Fiscales del Tribunal Supremo, Fiscales Superiores de Comunidades Autónomas y Fiscales Jefes se nombrarán por el Gobierno, a propuesta del Fiscal General del Estado.

El tribunal Supremo está compuesto por un presidente y un número de magistrados que puede variar, todos ellos elegidos por mayoría simple desde el Consejo General del poder judicial.

Este es el estado de la independencia de la justicia en España.

Fuentes:

http://es.wikipedia.org

http://poderjudicial.es (tratar de buscar cómo se eligen los magistrados del tribunal supremo es prácticamente imposible, en el resto de datos, se agradece la transparencia de la web).

http://lacomunidad.elpais.com/pereztroika/posts (este blog tiene una entrada fabulosa en la que explica lo mismo que he explicado yo en este post).

El precio y el valor

No sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, pero sabemos qué nos ha traído hasta este orden: el dinero. Desde que nos levantamos para arrastrarnos camino a la oficina, hasta que clausuramos el día en la tasca del barrio, todos nuestros movimientos pivotan en torno al dinero, todo lo que hacemos está encaminado a mantener una cuenta corriente, a pagar una deuda, a mantener a cero el saldo deudor de nuestra biografía. En el mantra que nos repetimos en la ducha, la riqueza es el nirvana que nos liberará de la cadena de deseos. Hay que ser millonario cuanto antes para poder hacer aquello que jamás haremos, incluso siendo ricos (no nos engañemos). El dinero es el orden del mundo.

Hoy vamos a hablar del precio y del valor. Hola, soy Coco; esto es arriba, y esto es abajo; esto es alto, y esto es bajo. Coco nos enseñó hace treinta años que las cosas son simples y gráficas; las cosas se pueden aprender. El precio es la cantidad de dinero que “alguien” esté dispuesto a pagar por “algo”, y el valor es el esfuerzo que supone “fabricar” ese “algo”. Esto quiere decir que nos llevan tomando el pelo desde hace cien años y que se joda la escuela de Chicago con sus premios Nobel. La economía es la última invención de la burguesía para hacernos creer que todos podemos llegar a ser  burgueses. Volvamos a Coco: dos mas dos son cuatro; no son cuatro mas el Euribor. Sí, soy el único que se ha reído, me da igual. Pongámonos la corbata (en mi trabajo un tipo encorbatado es un tipo arropado por la credibilidad):

A la hora de poner un precio la economía mundial se mueve por el siguiente principio ontológico: la mayoría siempre tiene la razón. Pongamos un ejemplo: si todos compramos una casa, el precio de la vivienda sube; si nadie compra una casa, el precio de la vivienda baja. La mayoría es la que pone el precio. Empezamos a entender que eso que llaman “los mercados” es en realidad un eufemismo; los mercados somos tú y yo cuando ahorramos mil euros en un año y los invertimos en Facebook o en el Santander, luego, con nuestros ahorros, la bolsa hace malabarismos; a veces multiplican las pelotas y a veces se les caen todas al parqué.

El precio es, por lo tanto, algo aleatorio, caprichoso e injusto. El mismo precio jamás puede aparecer en dos productos radicalmente diferentes; por ejemplo, un periódico y una cerveza. Cuando un periódico y una cerveza cuestan lo mismo algo va mal. Todos pensamos que las cervezas deberían ser gratuitas, pero estaríamos dispuestos a pagar una fortuna por ellas. Todos pensamos que los periódicos deberían ser gratuitos, de hecho casi nadie paga treinta euros al año por una suscripción. ¿Es un precio caro treinta euros por doce números de un periódico? Treinta euros son dos euros con cincuenta al mes. En un mes todos nos gastamos mas de dos euros en cervezas. El precio de algo –recordemos- está definido por el hecho de que alguien esté dispuesto a pagarlo. Es una cuestión de atrevimiento. Las cosas nunca pueden ser caras o baratas. Las cosas nos arrojan su precio como si nos retaran.

Confundir precio y valor es un equívoco común. Si somos estrictos nada tiene el valor que muestra su precio; la relación entre una cantidad y su valor es innombrable. Algo realmente valioso no se puede cuantificar y estaríamos dispuestos a pagar el precio que fuera para conseguirlo. Cuando decimos que algo es caro, añadimos: no vale ese precio. Ya estamos cayendo en la trampa.

Ahora miradme a la cara y decidme que un periódico local, que nace con la vocación de servir de alternativa a los medios masivos, y que cuenta con el único empuje de la ilusión y la única meta de poder llegar al siguiente número, tiene un valor excesivo. Treinta euros al año. Si pensáis que efectivamente, su valor es desorbitante, pinchad en este link y rellenar los campos, el precio es irrisorio: http://www.doopaper.com/pubs/agora15/?t=paypal