10 consejos para escribir un blog

  1. Renuncia al diseño.
  2. No pienses que el blog es un escaparate. Nadie está conectado con nadie; en la red virtual todo es azaroso. Puede que escribas durante cinco años todas las semanas y sólo te lean aquellos que te conocen.
  3. No es necesario ser guay ni correcto, ni fomentar el buen rollo; opta siempre por una única escritura: la misma que dicta tu cabeza cuando hablas.
  4. En el blog cabe todo, desconfía de los géneros. Los géneros son la ortopedia de la literatura (Umbral).
  5. Jamás describas tu blog, jamás trates de explicarlo.
  6. Intenta escribir siempre un post definitivo, algo realmente emocionante.
  7. Olvídate del punto 3. Nadie habla como piensa. Escribe como si pensaras en voz alta. A nadie le interesa lo que puedas decir, interesa, sin embargo, lo que no se ve, la erótica del subconsciente.
  8. El diseño es el maquillaje de la escritura, recuerda el punto 1.
  9. No admitas consejos.
  10. No te fíes de un tipo que sólo da 10 consejos.

Intermitencias 9

Preguntas y respuestas

Un niño le pregunta a su padre: Papá, ¿cuál es el número más grande? El padre contesta: No existe el número más grande, siempre hay otro mayor. El niño entiende en la búsqueda del último número que todo debe tener un final; el padre, sin embargo, le responde planteando un problema que habrá de acompañar al niño por el resto de su vida: el problema del infinito. Si algo puede no agotarse nunca su conocimiento será siempre inalcanzable. El niño nunca podrá saber cuál es el número más grande; puede pasar el resto de su vida nombrando cada día un número mayor. Contando cada día un número superior al día anterior el niño puede tener la ilusión de estar creciendo e ir creciendo a la par que crece el número que pronuncia todos los días. El niño comienza la cuenta en voz baja, empieza por el uno, salta hasta el novecientos, retrocede al cuarenta y siete, adelanta hasta el cincuenta y cuatro; pasa mucho tiempo así, nombrando cifras al azar. Pero el padre se da cuenta de la trampa y después de pensarlo durante unos minutos le dice al hijo: el número más grande es siempre el último número que uno pronuncia. El niño queda paralizado por la revelación. No existe un orden, el orden de la vida es una cuestión indeterminada, que depende de razones oscuras e incomprensibles. Si por ejemplo, piensa el niño, pronuncio un número y no vuelvo a hablar nunca más, ese será el número más grande. Los números y las cosas, tantea el niño, sólo existen si las nombro. El niño piensa que todo lo que dice es una verdad frágil y voluminosa, como un elefante de cristal y, de la misma manera que salta de una cifra a otra sin mayor dificultad, pregunta: Papá, ¿Qué comen los dinosaurios? Hierba, contesta el padre, algunos hierba y otros carne, puntualiza. La cabeza del niño mezcla dinosaurios y números en un cóctel visual. Papá, ¿existen los dinosaurios? No hijo, se extinguieron hace millones de años. ¿Millones es más que cien? Si hijo, un millón es mucho más que cien. El niño sopesa la explicación como si valorara la posibilidad no de que su padre se equivoque (su padre nunca se equivoca aún) sino de que su padre sepa muchas más cosas de las que dice; el niño piensa cómo saber todo lo que sabe su padre. El niño pregunta: ¿qué es extinguirse? El padre contesta con sequedad: morirse, extinguirse es morirse. ¿Cómo se extinguieron los dinosaurios? El padre comprende que las preguntas son dardos que no aciertan en ninguna diana; las preguntas de su hijo son el fuego discrecional de la línea de combate, alguna bala perdida matará al soldado equivocado. Los dinosaurios se extinguieron porque un meteorito chocó contra la Tierra. ¿Como una bomba?, dice el niño. Igual que una bomba, contesta el padre. Papá, ¿morirse es dejar de respirar?, pregunta el niño. Morirse es llegar al número más alto, contesta el padre.

Apuntes para un proyecto de novela – 8

Nos enseñan desde muy pequeños a mantener en el abismo del anonimato todo lo que pertenezca a nuestra vida privada. Lo privado no cabe en la frenética cruzada de la vida pública y la vida pública debe ser siniestramente igual para todos. Todos tenemos que ser iguales para poder ser tratados bajo el estándar de la normalidad. Ser iguales significa pertenecer a la intransigencia de las estadísticas, significa figurar sin que nadie nos haya pedido permiso para ello. La igualdad es una trampa tendida para eliminar aquello por lo que somos diferentes; el trabajo nos hace iguales y por lo tanto el que no trabaja está traicionando un principio de igualdad del que nunca se le pidió consentimiento. Ser arrojado a la vida significa tener que aceptar los principios tácitos que la rigen, así se espera que un nuevo ser humano se adapte sin dobleces a la estructura, dando por hecho que la estructura es la única posible cuando lo cierto es que la estructura es al menos disfuncional. La estructura está organizada en torno al dinero y tratar de buscar una alternativa supone estar fuera del juego: supone ser diferente, el que es diferente no cuenta para las estadísticas, el que es diferente está de espaldas a la mayoría y sufrirá siempre la condena de verse expuesto, el que es igual es invisible. Llegamos a la paradoja: solo cuentan aquellos que son invisibles, que no existen. La mayoría no debe existir, la mayoría debe ser una masa anónima. En el ámbito de lo humano las teorías han de construirse a posteriori, primero viene la experiencia: levantarse de madrugada, acudir a la oficina; luego viene la construcción mental, interpretar el hecho. Los hechos, esa huidiza amalgama de vaguedades.

Intermitencias 8

Millones de correos electrónicos

En estos momentos millones de personas escriben correos electrónicos, leen correos electrónicos, envían correos electrónicos; el mundo entero está comunicándose pulsando el teclado de su ordenador desde los lugares más insospechados. Imagino que alguien se conecta a su correo desde una estación en la Antártida, tomando una taza de té mientras ve caer la nieve; imagino que alguien entra en un locutorio en Bangkok; imagino que alguien se conecta desde su casa, ahora, en París; imagino que alguien piensa en qué escribirá camino de otro locutorio en Sierra Leona. No sé si hay locutorios en Sierra Leona. Hasta aquí todo perfecto. La sinfonía del mundo afinando sus instrumentos. El número de usuarios de la red es descomunal pero entendible. Pueden ser cien millones. Borges dejó escrito un dato curioso: el número novecientos mil le parecía más abultado que un millón. Borges tenía razón, un millón es una cifra humana, novecientos mil es una cifra que parece venir de muy lejos para luego perderse en un abismo incierto. Pero volvamos a las cifras. El número de correos electrónicos enviado un día cualquiera, por ejemplo hoy. La cuestión es qué se oculta tras lo que está oculto. Todos esos correos electrónicos están ocultos salvo para quien lo escribe y quien lo recibe. También conocemos una leyenda en torno a la creación del ajedrez que nos avisa de los peligros de la precipitación, no debemos tratar de apresurarnos. Pongamos que ahora, hoy, en este momento, se están enviando cien millones de correos electrónicos. Pero lo importante no es la cantidad. Lo importante es detenerse unos instantes antes de lanzarse a pensar el mundo. La leyenda del ajedrez nos advierte de los peligrosos de la soberbia. Cien millones de correos pueden esconder una cifra aún mayor si nos atenemos a su contenido. La pregunta entonces ya no puede ser cuántos correos electrónicos se están enviando ahora, en estos mismos instantes, en todo el mundo; la pregunta debería ser ¿qué contienen todas esas misivas electrónicas? Si tratamos de comprenderlo todo mediante la cifra que lo representa la comunicación debería representarse con el guarismo del infinito. Un ocho tumbado. Cada correo electrónico contiene una innumerable cantidad de información; un argumento, una petición de matrimonio, un comunicado empresarial, un informe financiero, una declaración de amor, una amenaza, una diatriba contra el tabaco, una invitación de boda, unas fotografías de las últimas vacaciones en Tanzania, una petición de amistad de Facebook. Los correos automáticos encierran además un inquietante sentido de la comunicación, el envío no se realiza de forma voluntaria, al contrario, el envío forma parte de una cadena que debe funcionar día y noche, sin descanso y con obligatoriedad. Pero a su vez, cada correo encierra todo lo que el remitente no se ha atrevido a escribir o todo lo que ha imaginado que quedaba expuesto sin ser nombrado, todo lo que queda elidido. La cuestión no es qué cantidad de mails deambulan por la red en estos momentos; la cuestión es qué significa que toda esa maquinaria de comunicación esté engrasando incansable su discurso, qué significado tiene querer comunicar, qué se oculta tras lo que está oculto, qué hay detrás de todos esos correos electrónicos.

Apuntes para un proyecto de novela (7)

Mientras ves aumentar cada tres meses en las encuestas del CIS el número de parados, deseas con cierto aire heroico y revolucionario pasar a formar parte de esas cifras. De un modo siniestro, te gustaría que te echaran para demostrarle al mundo que uno puede vivir de espaldas a él. Así dicen que vivió Juan Carlos Onetti sus últimos días. Aunque no has leído ningún libro del uruguayo, has oído a tu hermano pequeño contar esa historia en alguna comida familiar: el tipo se tumbó en la cama y esperó a la muerte de espaldas a la ventana de su habitación —eso dijo tu hermano—. Darle la espalda al mundo. Todo lo que has hecho hasta los treinta años ha consistido en tratar de que los demás entendieran que les dabas la espalda. Todo lo que ha venido después son las consecuencias de esa actitud, de esa entrega. Si le das la espalda al mundo, el mundo te devuelve su indiferencia multiplicada por mil