Espejismos

No hay vieja ni nueva política. El nudo gordiano de la investidura se va deshaciendo bajo la supuesta falta de ideología de Ciudadanos. Albert Rivera quiere sentar a los viejos partidos para que olviden sus diferencias y la política sea una fiesta con música moderada. Frente al discurso que ha construido Podemos enfrentando lo nuevo a lo viejo, Albert Rivera parece querer enfrentar la ideología rampante a una carencia de ideología que solo admite el orden del Ibex 35, o sea, la ideología frente al sentido común. El sentido común termina siendo casi siempre un asunto económico y para la democracia española importa mucho más la inversión extranjera que los dramas anónimos de los votantes. Es curiosa esta parábola que se establece entre el electorado y sus representantes, al final dudan los segundos entre a quién representan, si a Francisco González, Botín y del Pino, o a los miles de españoles que contratan sus empresas. Albert Rivera parece que sienta juntos al jardinero de las Koplowitz y a las Koplowitz cuando trata de sentar juntos a Rajoy y a Sánchez; así entiende él la democracia: una relajación de los principios sociales.

Unos días nos despertamos con Pablo Iglesias como vicepresidente y otro con Albert Rivera cortejando a la vieja dupla, la coartada de la gobernabilidad le ha servido a Ciudadanos para anclarse definitivamente a la ideología del sentido común. Acabarán hablando de dos únicas opciones: gobernabilidad o ingobernabilidad. Ente tanto, la herida abierta por Podemos en el partido del puño y la rosa va ensanchando una grieta que se agranda a medida que nos acercamos al 30 de Enero. Primero Sánchez miró con buenos ojos la propuesta de Iglesias, luego los egregios barones del partido la tacharon de chantaje, ahora Sánchez espera el congreso de los socialistas para poner los pactos con Podemos entre comillas. Yo creo que detrás de las supuestas buenas intenciones del partido morado se esconde el beso de la mafia: la estrategia consiste en desgastar a los socialistas, no en ofrecerles un Gobierno progresista. Pedro Sánchez intenta bailar con todos asimilando que los tiempos requieren de cintura, pero pretender unir a Ciudadanos y Podemos será más difícil que lograr un gobierno de concentración PP-PSOE. Entre los nuevos hay más orgullo que en los viejos, el cinismo no ha medrado aún en el bagaje de los jóvenes. La sensación es que pugnan todos por ver quién es el que atesora el buen rollo, todos menos uno: Podemos, que sigue encastillado en la vieja ideología de izquierdas.

La nueva política se construye sobre unos cimientos idénticos a los de la vieja, aunque Pablo Iglesias reclama la televisión como el que pide un penalti en el minuto noventa. Al final meterán a todos los políticos en el Gran Hermano –me han dicho que a Mercedes Milá le pone Errejón– y veremos una convivencia muy naif, muy de sentido común entre los cuatro políticos. El búnker es una cámara y dentro no hay nada: todo es un espejismo.

El estreno

En la primavera del 2011 se gritaba en la plazas no nos representan mientras en la Moncloa ordenaba los papeles un partido que se pretendía cercano a la clase trabajadora. Rubalcaba era ministro del Interior y vió con ojos indulgentes la acampada de la Plaza del Sol y el movimiento nacional de los indignados. El partido socialista del siglo XXI fingía que estaba del lado de los débiles para seguir recaudando su cuota de poder, pero los gestos eran cada vez más difíciles de desentrañar y Zapatero no comprendió al final de su legislatura que el talante debe ir acompañado de un adjetivo: talante dialogador, talante autoritario, talante reformista. A Zapatero le sobraban los adjetivos. La herencia de Zapatero es esa falta de adjetivos y los adjetivos colocan a la realidad en uno u otro lado, hacen de la realidad algo más que una burocracia nominal, los adjetivos manchan o iluminan, los adjetivos nos posicionan frente a los hechos.

Cuatro años después aquellos que gritaban contra la falta de representación pueden verse ahora representados en el arco parlamentario por sesenta y nueve diputados (un número sugerente). Al coro de que si nos representan, un grupo de simpatizantes de Podemos esperaba a la salida del Congreso al equipo parlamentario de Pablo Iglesias, el vallecano volvió a emocionarse. La formación morada dio el espectáculo dentro y fuera de la cámara baja; dentro pasándose el hijo de Carolina Bescansa como el que se pasa el fuego Olímpico; Pablo Iglesias lo miró con carantoñas y parecía que le susurraba: algún día todo esto será tuyo. La política gestual que dominan los morados es un campo donde no tienen rival. Para regar más aún estos gestos, cada diputado de la formación de Iglesias prometió su cargo apostillando el juramento constitucional con una breve declaración de intenciones: prometo acatar esta constitución y trabajar para cambiarla. Uno a uno fueron desfilando con nuevas proclamas y en un momento pareció que alguno iba a saludar a sus padres, a sus amigos, a la gente del barrio, como si prometer el cargo fuera un acto heroico, como si dedicaran el primer toro de la tarde a un respetable imaginario.

La emoción nunca había sido una cualidad destacable en los plenos del Congreso, pero Podemos lo que quiere es meter la tele en el hemiciclo, porque la televisión siempre ha vendido emociones. Hacer de la política un espectáculo que epate con la gente y sea digno de ser televisado, esa parece la consigna, y de paso escandalizar a la vieja política, España es un país que se deja escandalizar con suma facilidad. La política siempre ha tenido un aire sectario, secreto, de conspiración, y la dimensión que le da Podemos al trabajo Parlamentario parece acercarse más a lo que vimos durante aquella primavera del 2011.

La democracia representativa responde a un principio: deber ser reflejo de las inquietudes mayoritarias. Si Podemos ha llegado a formar parte del juego político es porque refleja las aspiraciones de un sector con suficiente volumen como para hacerse escuchar. Nada de lo que sucede en el ámbito político es fruto de la improvisación o la falta de rumbo, como quieren hacer ver algunos, más bien al contrario: responde a una planificación meticulosa. El juego de Podemos consiste en hacer política sujetando a un bebé con un brazo y alzar con el otro el puño o la señal de la victoria.

Elogio de la equivocación

Nada tan delicioso como equivocarse. A través del error somos de carne y hueso, imperfectos y en constante construcción. El acierto, la razón, la exactitud, lo absoluto no existen en el día a día; lo cotidiano está plagado de desaciertos, impulsos, inexactitudes, fragmentos. En la medida en que aceptamos la equivocación somos más ligeros. Hay que ser ligero y profundo en oposición a pesado y superfluo.

No hay que temerle a la equivocación. Equivocarse es demostrar que uno está en el camino. Equivocarse hablando, escribiendo, cocinando; equivocarse jugando, discutiendo, pensando; equivocarse en soledad o equivocarse acompañado. Los errores son la paleta donde vamos ensayando el color de la vida. Así, nuestros errores dicen más de nosotros que nuestros aciertos; el que acierta se envilece y el que yerra se formula preguntas, se cuestiona, se coloca del otro lado. Frente al estatismo del que acierta hay que equivocarse para no dejar nunca de moverse, el movimiento es la meta.

Desde el colegio nos tratan de convencer de la importancia del acierto. Hay que acertar en todo, decir la respuesta correcta y temer la equivocada; el miedo al error nos paraliza porque sabemos que después de la equivocación viene la reprimenda, el castigo, la marca, y a continuación la soledad. Nada teme más un niño que quedarse solo, expuesto al mundo, excluido. El niño siempre quiere acertar y así ser aceptado, su búsqueda de aceptación es una promesa de seguridad. A medida que vamos creciendo encontramos en el error un cobijo, aceptamos que la soledad del error es el único lugar donde poder huir. Equivocarse es huir. Equivocarse es finalmente ir construyéndose uno su propia personalidad.

Hay que equivocarse más a menudo, la equivocación nos hace hermosos porque nos ruboriza, el sonrojamiento de la piel es una treta natural urdida para que los demás vean lo que pensamos. Hay que equivocarse a menudo, avergonzarse sin compasión de uno mismo, no tomarse demasiado en serio, improvisar un error tras otro, confundir fechas, nombres, datos, direcciones, caras, parentescos. Hay que equivocarse a menudo, volver a empezar, repetir una y otra vez el mismo error creyendo siempre que será el definitivo. Hay que rendir pleitesía al error, en la complacencia del acierto se esconde la falsa seguridad, la falsa aceptación. No hay seguridad y no hay aceptación, solo una caótica danza; hay que bailar en la convicción de la carencia de convicciones, hay que admitir la equivocación, hay que lidiar con el error.

Nos han tratado de educar en la virtud de lo correcto, lo acertado, lo cierto. Hay que empezar a ponderar la virtud de lo incorrecto, lo desacertado, lo incierto. Frente a la tiranía de lo recto acercarse a lo curvo; frente a la paranoia de lo explicable optar por lo inexplicable; frente al gregarismo desapasionado abrazarse con vehemencia a lo distinto. No temer al error, no malograr el futuro por miedo a equivocarse. Errar una y otra vez, una y otra vez. Hasta el límite del desaliento.

Piensa mal y acertarás

Parece que llega por fin el invierno a Madrid. Mientras, la temperatura política va subiendo en Cataluña y parece claro que el gran triunfador será Pablo Iglesias. Podemos está aprendiendo a ganar de una forma extraña: allí donde no se presenta. La nueva política consiste en enfrentar a los demás sin mancharse uno las manos. Que sean los demás los que hagan el trabajo de desgastarse para que el discurso luego se pronuncie solo. Así, en el partido socialista los frentes se van poco a poco aclarando: por un lado están aquellos que coquetean con la nueva política y por otro los que pactarían un gobierno con su enemigo histórico, el partido popular. Con el partido de Rivera extrañamente silenciado estos días y el PSOE sufriendo en la misma medida las embestidas de Podemos y el cortejo del PP parece claro que la estrategia de la formación morada consiste en debilitar a la izquierda para autoerigirse como única posibilidad de izquierdas.

Pero lo realmente importante está pasando en Cataluña, El hombre nacido como Arturo y rebautizado Artur en el año 2000, dice ahora que no da la batalla por perdida y plantará cara. El independentismo catalán empieza a ser un asunto terriblemente complejo o terriblemente sencillo; entre ambas opciones elige siempre la peor: como dice mi padre “piensa mal y acertarás”. Con la CUP dando lecciones de democracia al resto de partidos que no han querido mancharse (ERC) y moviendo en asambleas la verdad de su coherencia, Arturo o Artur (ya no se cómo llamarle) se piensa imprescindible cuando al principio de esta comedia aseguraba que él era solo un actor secundario. Siempre he pensado que la sonrisa del Presidente Mas esconde la atrocidad o la ignorancia, nadie puede tener una sonrisa así a menos que sea absolutamente despiadado o absolutamente ignorante. La repetición de elecciones darían a Artur Mas posiblemente el peor resultado de su carrera política. Él lo sabe. También podría confirmar la fortaleza de ERC y el definitivo espaldarazo de la CUP (un partido cuyo único peligro es ser fiel a sí mismo a cualquier precio). Que Mas haya aceptado el órdago de unas nuevas elecciones no termina de cuadrar. Lo único claro en todo esto es que la formación de Ada Colau será la gran vencedora toda vez que el terreno quede allanado por batallas ajenas y el candidato o candidata sea minuciosamente elegido, ahí jugará un papel crucial coleta morada. Entre los independentistas y los anti el catalán de la calle se mueve a favor del referéndum para que lo dejen de una vez por todas en paz con este asunto. Votar y volver a sus cosas. Un referéndum que cierre el debate y coloque a cada cual en su sitio, incluidos aquellos que no podremos votar.