Grecia, de la euforia al farol

La política es una distinguida partida de póker jugada por canallas. No importa el resultado, importa la medida en la que uno pueda acobardar a su contrario. Voroufakis y Tsipras han apostado muy alto, pero el oponente alemán no ha creído en la jugada griega. El mundo mira atónito cómo el baile griego queda en farsa y todos hablan de victoria, desde Berlín hasta Atenas. En una partida de póker siempre hay alguien que gana y alguien que pierde, lo difícil es mantenerse estable viendo cómo el resto se juega la casa, el coche, la mujer y el prestigio.

Que la troika cambie de nombre parece una victoria griega, algo de locos echando la vista atrás apenas un par de meses. Tsipras dijo claramente que su idea era romper con la troika, no cambiarla de nombre. Ahora el líder griego parece que se conforma con alterar el diccionario, las revoluciones acaban siempre de la misma manera: reconociendo que uno se calentó y levantó la voz más de la cuenta. Así que la Comisión europea, el Banco Central europeo y el Fondo Monetario Internacional (o sea, la troika) seguirán velando el bienestar griego.

Pero el Gobierno heleno no admitirá tan fácilmente que sus planteamientos no pueden llevarse a cabo. La estrategia parece muy sencilla: mientras Europa enmienda la plana a SYRIZA, en casa, con los focos de la televisión pública inundándolo todo de blanco, Tsipras asegura que esta ha sido una gran victoria. Si uno se dejara llevar solo por lo que dicen los medios de comunicación acabaría esquizofrénico perdido, levantándose un día Napoleón Bonaparte y otro Jesucristo.

Amigos, parece que la cuestión económica no tiene alternativa, y nadie está dispuesto a decirlo alto, claro, sin vergüenza. Nadie está dispuesto a pasar por conservador o neoliberal, pero la verdad se llama déficit público y la verdad es que todo cuesta dinero, incluso los sistemas públicos de seguridad social. Las pensiones, los médicos, los colegios, todo cuesta mucho dinero y hay que trabajar muy duro para conseguirlo; esto no lo dice ningún político para evitar dos cosas: que le llamen demagogo y que le llamen populista. Populista y demagogo son sinónimos en la injuria electoralista, así que cerca como estamos ya de elecciones, nadie va a decir lo que cuesta un programa social; lo que van a decir es lo bien que viviremos todos en un programa social. El gasto social es la melodía que todo el mundo quiere oír cuando las cosas van mal.

Parece que ya sabemos lo que pasa cuando gana un partido del ala izquierda: nada. Todo el mundo esperaba una ruptura sin paliativos, un desplante dramático, beligerante, apocalíptico, un nuevo telón de acero con Grecia como adalid de la izquierda y Podemos afilando cuchillos. No ha sido así. Ya no hay que tenerle tanto miedo a Pablo Iglesias junior, ya sabemos qué ocurrirá en este país si Podemos gana unas elecciones generales: nada. La indiferenciación entre PP y PSOE que tanto critica el partido del círculo morado es una mímesis del poder, todo queda reducido a escombros cuando se ganan unas elecciones.

Yo soy el candidato

En el juego político hay movimientos aparentemente incomprensibles, maniobras que solo pueden responder a dos naturalezas: la genialidad o el absurdo. Alejandro Magno hizo cruzar a su ejército de treinta mil hombres el Hindu Kush, un sistema montañoso colosal, con cimas que superan los 5.000 metros; podían haberlo rodeado para llegar al valle del Indo pero Alejandro acometió esa expedición como si midiera la lealtad de sus hombres. La decisión era a todas luces una locura.

La destitución de Tomás Gómez parece un golpe de efecto espoleado por el auge de Podemos, como si Pedro Sánchez quisiera mandar un mensaje a Pablo Iglesias: nosotros también podemos, parece decirle. La honorabilidad, la pureza, la honestidad se van colocando extrañamente en el centro del debate político y por fin sabemos para qué sirve un partido como Podemos: para que el resto se mueva. Ahora parece que nadie va a permitir que la corrupción desborde los cauces del río pútrido: que siga ahí pero que no huela demasiado. También hace mucho que no vemos a Monedero en la tele y su insistencia en las mentiras ajenas y sus verdades propias están más allá de la sospecha, auguro un futuro negro al tercero de Podemos.

Hay que saber leer los acontecimientos, la vida no es tanto lo que sucede sino cómo interpreta uno lo que sucede, una suerte de hermenéutica. Así, Pedro Sánchez no nos está diciendo que expulsa a Tomás Gómez por corrupto (ni siquiera ha sido imputado), Pedro Sánchez parece decirnos que veía una hecatombe en las autonómicas y que por favor, le miremos un poco más que pasa mucho tiempo preguntándole al espejo espejito, ¿quién es más de izquierdas: Pablo o yo?

El PSOE parece contaminado por el discurso beligerante de Podemos y veremos pronto cómo los dos partidos se enzarzan en pleitos absurdos para ver quién la tiene más grande. El espectáculo promete. Mientras, en Génova, no saben a cuál de los dos blancos apuntar, los francotiradores de Rajoy acabarán disparando a cascoporro, gastarán demasiadas balas y no habrán abatido ningún objetivo.

Tomás Gómez amenaza con baile en los tribunales y la escena empieza a parecerse a un drama de Shakespeare, Tito Andrónico, El rey Lear, Macbeth, Romeo y Julieta, yo que sé. Se le ha visto a Tomás Gómez muy apesadumbrado en la rueda de prensa, pero también muy peleón, con ganas de pegarle a alguien y con el semblante en caída como si acudiera a un funeral. Todo resulta desaforado y explosivo, veremos si al final hay  fuegos artificiales.

Por cierto, Alejandro Magno atravesó el Hindu Kush y conquistó la India; dicen algunos historiadores que después de una larga batalla, cuando por fin las tropas del macedonio doblegaron al rey Poros, Alejandro Magno mandó apresar al dirigente indio y ordenó que lo trajeran ante él. Admirado por su valentía, Alejandro le preguntó al rey Poros cómo quería que fuera tratado y este contestó: como un rey. Así parece que Tomás Gómez quiere rendir cuentas ante su Secretario General, diciéndole: yo soy el candidato.

Yo soy la gente

La política española es ese rumor vergonzante que solo conviene airear desde el plano del cinismo o la indiferencia. Pareciera que todos somos expertos en economía o en procedimientos anticorrupción, y pasamos sobre los acontecimientos con vehemencia y sabiduría encubierta, tan encubierta que resulta sospechosa: ¿no será que en el fondo no tenemos ni idea?

Con nuestra joven democracia prematuramente cansada —como un adolescente que se desespera ante la imagen que le devuelve el espejo— los sondeos que van arrojando mes a mes la prensa desvelan un dato ahogado por la marea de Podemos: la participación desciende; a la gente le da igual que gobierne la derecha, la izquierda, un frente posibilista o Norma Duval. Ni siquiera es el hartazgo PP-PSOE (de todo nos cansamos demasiado pronto), yo diría que a la gente le empieza a cansar la democracia.

La gente, ¿quién demonios es la gente?; la gente es ese grupo vacío de contenido que se deja llenar por el primer encuestador que se le acerca. La gente está enfadada, la gente está aburrida, la gente está indignada, la gente esto, la gente lo otro. Yo soy la gente y vosotros sois sublimes, que leéis este blog maldito.

Las encuestas pues, nos arrojan siempre verdades incómodas, porque al final del día se cumplen con descarada precisión. Yo no conozco a nadie que responda encuestas, tampoco sabemos quién diablos tiene los medidores de audiencia de la tele, pero acabamos confesando en los descansos de los derbis que zapeando vimos a Belén Esteban gritarle al pueblo su discurso triste. Todos vemos de pasada Sálvame y votamos en silencio lo que confesamos al encuestador, aunque nunca nos pregunte a quién vamos a votar. Al final la gente hace España, una nación vergonzante, que se sonroja de su pasado porque se lo enseñaron en los bares, pero nadie está dispuesto a borrar la leyenda negra: nos hemos convertido en una nación desesperanzada, que mira con melancolía al exterior creyendo que ahí fuera las cosas se hacen mejor. Amigos: ahí fuera las cosas se hacen igual de mal que en España. Me atrevería a decir más: Prefiero España antes que Inglaterra o Francia o Portugal o Italia o Grecia. El primer compromiso de la gente debería ser restituir el valor de lo que hay aquí, borrar el rictus melancólico que impregna todo sentimiento nacional. Si es cierto que la derecha se ha adueñado de los símbolos hispánicos, no lo es tanto que España sea un país de paletos (como nos quieren hacer creer desde fuera, otra gente). Estoy por comenzar un monográfico de grandes aportaciones españolas al mundo del pensamiento, personajes olvidados que ni siquiera nos enseñan en el instituto, jesuitas (atención) que hablaron por primera vez del conjunto de los ciudadanos como depositarios del poder (Luis de Molina). ¿Alguien puede imaginar a un cura en el siglo XVI decir que el poder no emana de Dios? Lo hizo un español. Esto debería saberlo la gente. La gente también debería saber que la escuela de Salamanca exportó profesores a toda Europa durante el siglo de Oro, cuando España era el centro del universo. Muchas cosas que creemos inventos ingleses, franceses o alemanes resulta que surgieron aquí, son nuestros y es bueno decirlo alto y claro. No hay que avergonzarse, hay que abrir la ventana de par en par y gritar: Yo soy la gente.