Zuckerberg y la Coca Cola

Mark Zuckerberg oficia estos días en Barcelona de algo más que lo que en puridad es. De joven empresario con éxito superlativo ha pasado a estrella del rock, personaje mediático y bonachón; su aparición en el Mobile World Congress nos devuelve la imagen de un mesías, alguien que posee una superioridad moral extraña: no parece que sepa la diferencia entre lo bueno y lo malo, parece sencillamente la encarnación del bien. Podemos afirmar, sin miedo ya a ruborizarnos, que el siglo XX ha terminado, terminó cuando los periódicos decidieron que la estrella ya no era el drogadicto libérrimo que domaba a las masas desde el escenario, ahora la estrella suele ser un tipo a primera vista anodino, buen vecino seguramente, un tipo aparentemente incapaz de hacer daño a nadie y escandalosamente rico, abrumadoramente rico, rico como nadie más que él puede llegar a serlo, estúpidamente rico. Camiseta y pantalones. Enormemente rico. Zuckerberg ha dicho que su deseo es conectar a todos los habitantes del Planeta. La nueva estrategia de las grandes corporaciones, de los grandes hombres que hacen dinero, consiste en eliminar de su discurso la palabra dinero, metaforizándola en grandes ideas, huecas ideas, ideas que suenan bien, como suena bien que un tipo que viste pantalones y camiseta nos diga que quiere conectarnos. A todos. Steve Jobs fue el gran precursor de esta idiotez.

La verdad es que el mundo se va infantilizando de la peor manera posible: hay quien piensa que a los niños hay que engañarles constantemente para que no molesten, para que no lloren, para que nos dejen trabajar en paz, madrugar en paz, emborracharnos con los amigos en paz, utilizar el whatsapp en paz. Con los adultos empieza a suceder lo mismo: utiliza el Facebook y el whatsapp para que creas que estás conectado con el mundo, no protestes, consume, no salgas a la calle, escribe un twit, no trates de participar en la realidad, invéntatela. Eso parece decirnos a golpe de bit un mundo curiosamente dividido entre los que tienen todo (unos pocos) y los que no tienen nada (la inmensa mayoría). Diviértete. Mark Zuckerberg parece siempre divertirse, parece que todo lo hace a la ligera, por pasar el rato, por entretenerse.

Lo que más asusta de la compra del whatsapp  que acaba de realizar Facebook por una cifra inmoral es qué sostiene toda la operación, es decir, dónde demonios genera ganancias un producto que es absolutamente gratuito. Hay algo que no nos están contando, algo que dentro de unos años (como sucede hoy con la crisis inmobiliaria) nos escandalizará. La verdad es tal simple que ruboriza: se trata de un capricho, el último juguete que el adolescente Zuckerberg quiere para su cuarto.

Con la Coca-cola pasa lo mismo. El veneno de la publicidad ha ido inundando nuestras venas hasta hacernos creer que cuando bebemos el líquido gaseoso estamos siendo más felices. Si desapareciera el procedimiento publicitario la Coca-cola se convertiría en agua. Milagro. Llama poderosamente la atención que una empresa cuyo spot nos mostraba a un trabajador contestatario e imaginativo (http://www.youtube.com/watch?v=qMc7jKo49EE) vea cómo sus propias ficciones se vuelven ahora en su contra.

Digámoslo abiertamente, en un ejercicio naif, ya que ellos nunca se atreverán a decírnoslo: no quieren conectar el mundo, no quieren hacernos más felices, no quieren facilitarnos la vida. Quieren ser monstruosamente ricos, siempre más ricos que el ejercicio anterior, que las gráficas apunten siempre hacia arriba y que los que sostenemos la gran ilusión pasemos por el mundo divirtiéndonos delusivamente, pensando que estamos construyendo algo realmente importante.